viernes, 12 de agosto de 2011

La Cuenca de Anáhuac.




A veces es difícil creer que aquí había vida. En todo este falso valle que fue drenado hasta la muerte contra su voluntad.

De verte enmarañada entre cables, inundada y oscurecida por la espesa nata de la contaminación, me cuesta trabajo creer que esto fue alguna vez la gran Cuenca de Anáhuac, el lugar más bello, el mero ombligo de la luna.

Pero… siempre guardas sorpresas. En los días más difíciles, aquellos en que quiero dejarte y regresar al sureste, aquellos en que tu gente me muestra la más triste degradación del tejido social, aquellos que no tengo la paciencia de soportarte, me recuerdas aquella imagen que en la historia me había creado.

Me abrumas. Tu funcionamiento es una pregunta constante en mi cabeza. Tu gente, tus calles, tus días con sus noches, tu transporte, la política, esos barrios y sus cruceros; todo tiene su cadencia, el son que marca constante el caminar, reír, llorar, soñar y amar de 20 millones [tal vez más] de habitantes.

Me llenas los ojos con tu belleza, presumiendo tus sierras al fondo con tu cielo más claro. Casi puedo ver esos grandes lagos que te recorrían y el resplandor de su entorno; verte como te vio José María Velasco, maravillarme como Cortés desde la cumbre aquella vez que escaló los volcanes, como te viste aquella tarde… Me gusta cuando atardeces de buenas.




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