Desde niña fui ñoña. La forma en que los demás niños me miraban siempre fue raro, porque no encajaba con mi edad.
Crecí en una familia de adultos y, por lo tanto, me acostumbré a pensar como un adulto aunque no madurara. Mis pasatiempos siempre fueron jugar, cantar y reir, pero siempre con un toque de ñoñez en ellos.
Cuando vine al D.F. de Paraíso, me costó trabajo adaptarme a la ciudad más frívola y posera que he conocido. Mis padres no me dejaban salir mucho porque el distrito era muy peligroso. Cuando tenía la fortuna de que mi hermano me sacara a dar la vuelta, iba a patinar en los andadores de la Reforma Iztaccíhuatl.
Cierto día encontré una grabadora y se convirtió en mi herramienta más poderosa. Como no me permitían ver la tele, mas que a la hora de la cena y cuando el resto de la familia lo hacía, dejé volar mi creatividad con este aparato que constituyó mi diversión más grande.
Grababa entrevistas de mi abuelo, mi papá, mi mamá, hermanos y cualquier transeúnte que se dejara cuestionar en el portón de mi casa, también programas, canciones y comerciales de Radioactivo 98.5. También desarrollé primitivos podcast con la ayuda de otra grabadora y el radio. Iba que volaba para locutora.
Las veces que se me permitía ver la tele, era obligada a ver el Once, que no era lo que es ahora. Recuerdo una versión rusa de Alicia en el País de las Maravillas con títeres que tenían los ojos saltones y eran bastante tétricos -como Obrero y Parásito en los Simpsons-. Fuera de esto mi entretenimiento consistía en grabar entrevistas sobre los expresidentes, el terremoto del 85, la devaluación y los pasatiempos comunes de la Ciudad.
Después de lograr más de 15 casettes de una hora cada uno, mi abuelo estaba sorprendido por mi habilidad para entrevistar sobre la vida cotidiana de los defeños, así que juró que iba a lograr algo que me emocionó en ese momento: mi madrina de Primera Comunión sería Cristina Pacheco, de canal Once.
Por supuesto que eso nunca pasó. Mi abuelo murió tiempo después y el mejor recuerdo que conservo de él fue su promesa que no pudo cumplir, sus largas pláticas sobre el General Lázaro Cárdenas en mi protopodcast y la larga y detallada historia de cómo éste le ordenó a mi bisabuela que le permitiera a mi abuelo ingresar al ejército en los años 30.
Mi pseudomadrina sigue siendo de las pocas reporteras y conductoras que marcó un estilo y yo ahora soy una historiadora que intenta cursar una maestría justo para comprender la ciudad que más ha marcado mi vida, la ciudad que se lo come todo, parafraseando a Mario Santiago Papasquiaro.
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