Todavía recuerdo cuando me disputaba con mi mejor amiga un paseo con el chico que nos traía en el "Remolino" y la emoción de entrar a la casa de los espejos y recorrer sus pasillos con tu bandita un poco antes de salir e ir a la rueda de la fortuna.
A veces, cuando recuerdo esto, pienso que nunca ocurrió y mi mente inmadura mezcló sus recuerdos con alguna película tipo Stand by me, Mi perro Skip, La Pandilla o alguna de esas películas gringas de los noventas que mostraban la nostalgia por los años dorados, el rock and roll y la inocente infancia que hoy en día se pierde en primero de primaria. Pero no, no lo inventé, yo lo viví así, yo viví entre bicicletas, fugas al campo con mis amigos y noches de cuentos de terror acampando en un campo por allá perdido.
También recuerdo cosas míticas, que difícilmente me creerían los chilangos. Paisajes hermosos, llenos de nubes acuarelosas, a la orilla de la playa, a punto de comenzar una lunada con la bandebria (un poco más grandes, por supuesto). Bella vida dejé en Paraíso -vaya que su nombre le rinde tributo a sus parajes-.
Sin embargo, también tengo bellos recuerdos de acá, la ciudad monstruo. Pocos árboles, escuelas frías, compañeros que te llamaban por tus apellidos, el cambio de gomas por borradores, de Resistol por Pritt, corrector por Liquit y la enseñanza del inglés por niveles -en Tabasco apenas nos enseñaban a hablar español-. Recuerdo que mis papás tenían tanto miedo a la gran ciudad que apenas me dejaban salir.
Mi hermano convenció a los reyes de regalarme unos Streets (patines en línea!) y después de un rato, hasta una compu con CD-ROM adquirimos en casa.
Mi pasatiempo preferido era entrevistar con un micrófono y una grabadora a mi abuelito o quien se dejara. Mis preguntas, juro por mi padre, que eran de índole social: el terremoto del 85, el desempeño de Carlos Salinas de Gortari, el tráfico, la contaminación y el asesinato de Colosio. Nada extraño para una niña que convivía con personas mínimo 11 años mayores que ella, entre puros adultos, era lógico que no hiciera otra cosa más que hablar lo que ellos hablaban.
Pero recuerdo, como de magia un sólo día en el que se invirtieron los papeles. Mis papás y mis hermanos -ya había muerto mi abuelo- me llevaron todos juntos a la feria. No a la de Chapultepec, ni a Reino Aventura, sino a una como las que visité en mi pueblo.
En Eje Central, a la altura de la colonia Doctores, tuve uno de los pocos paseos que recuerdo de mi infancia y, seguramente, uno de los más felices. Mi papá se botó la puntada de meterse en sentido contrario en Eje Central (!!!).
Y ¿para qué otra cosa son los hijos, sino para lograr una extensión de nuestros sueños y frustraciones? (es ironía). Llevamos a Iyari a una feria el fin pasado. Desde siempre la recuerdo ahí (Río Mixcoac) y siempre pensé que era más lujosa que la de Eje Central.
Pero a Iyari no le gustó. Los payasos de fibra de vidrio, los caballitos con sonrisas frenéticas y los siete enanitos de la AA, le parecieron agresivos y poco amigables. La mini rueda de la fortuna hacía mucho ruido y en el trenecito (que por cierto tenía una pipa de PEMEX entre sus vagones) estaba muy cromado e iba demasiado rápido.
Creo que mi bello recuerdo nada tiene que ver con esta realidad y, por el contrario, sólo me deprimió más ver la decadencia de estas viejas costumbres. Estoy un poco desencantada de una feria desierta, que yo recuerdo en mi infancia llena y brillante.
Ahora no estoy muy segura de regresar a Paraíso, por temor a que me suceda lo mismo que con la feria
No hay comentarios:
Publicar un comentario