jueves, 9 de diciembre de 2010

El principio de la Historia

Dar mis últimas clases de historia me ha puesto un poco nostálgica. A veces me sentía tonta al emocionarme tanto dando clases a mis alumnos; para cuando me daba cuenta, ya estaba exaltada y pensando en voz alta, enojada, extrañada o simplemente cínica ante realidades que poco se pueden abstraer en 45 minutos.

Hoy, mientras daba la introducción de Imperialismo, reparé en lo difícil que es transmitir los grandes cambios históricos que han llevado a vivir como hoy lo hacemos.

Pensé en la gran cita de Fukuyama: La historia ha terminado. Aquella que escribió en su obra 'El Fin de la Historia y el Último Hombre' aclamando la victoria de Estados Unidos sobre la Unión Soviética y por ende, la del capitalismo sobre el socialismo o cualquier otro modo de organización social que no se basara en el liberalismo económico.

Jamás se hubieran imaginado los grandes teóricos del siglo XIX que alguien se atrevería a decir tal cosa. Decir que nunca más sería necesario el cambio histórico, ni el motor que lo impulsaba es un gran descaro y demuestra la seguridad en las palabras que los intelectuales orgánicos de la democracia liberal.

Después pensé en Wikilieaks y su gran hazaña. Retar la delicada y discreta barrera de la Era de la Información es para las potencias un verdadero place. Mi molestia se vuelve coraje al pensar en cómo, hoy en día, todavía se atreven ciertos países a controlar las bases de la aclamada democracia representativa.

Sigo pensando que las redes sociales y los proyectos colaborativos de internet, liderean un universo libre y cálido, lleno de buenas intenciones que buscan mermar el mundo de la lógica capitalista. Hoy en día podemos apreciar proyectos alternativos, fuera de los cuadrados esquemas mentales y de mercado vigentes desde el siglo XIX, aquellos que asumían la ignorancia y desvinculación entre las personas y se valían de esto para sacar el mayor provecho de ellos.

No puedo evitar relacionar la Revolución Francesa y sus primeras intenciones con el uso actual de la red. Si antes era impensable que la gente tomara en sus manos el destino de una nación, ahora es impensable no manifestar lo que piensas. A pesar de que los cambios son interminables, aun siguen las mismas personas y dirigentes creyendo que pueden tomar en sus manos el futuro entero de la humanidad y manejarlo a su conveniencia y, encima de esto, creer que nadie hará nada al respecto.

Pero ahora, nuestras acciones tienen más eco en una imparable conexión con el exterior. Y aunque es una realidad que sólo se limita a unos cuantos, puede llegar a tener Grandes alcances. Las hazañas logradas por las redes sociales, proyectos de información colaborativos y el código libre son una bocanada de aire fresco en un mundo que venera a académicos que se atreven a pensar que el fin de la historia se escribió cuando Estados Unidos obtuvo la primera plaza en el mundo.

No creo que sea una cuestión de lucha de clases, ni el viejo discurso marxista; lo que mantendrá vigente la lucha por la igualdad, libertad y fraterninad será el deseo de personas comunes y corrientes a tener un lugar digno en el mundo y dejar su huella en el amplio océano del devenir histórico.

La gran reflexión que tuve después de pensar todo esto es que este es un gran momento histórico, que puede ser recordado como el revés a la afirmación que Francis Fukuyama hizo tan a la ligera. El fin de la historia no lo escriben ni las potencias, ni las guerras, ni los políticos, dirigentes o líderes de opinión, sino aquellos que formamos las largas filas de la población mundial, los de a pie, quienes día a día con nuestras clases, proyectos, escritos y friegas diarias cambiamos esa estúpida idea de que el ser humano es malo y ambicioso por naturaleza.

Brindo por una nueva forma de comunicarse, relacionarse, comerciar, protestar, convivir, en la que continuamente se le demuestre a la vieja escuela que el mundo ahora le pertenecerá a los buenos de corazón, desinteresados y bien intencionados seres humanos.

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